Los tamales como ejercicio plástico

Escrito por: Alejandro Dungla
17-08-2020

Maíz, barro y monedas fueron los materiales que el escultor Balam Bartolomé usó para reflexionar sobre la cultura y el arte.

Fotografía: Balam Bartolomé

Los mitos de la creación del hombre en la tierra son una de las diferentes formas en las que las civilizaciones alrededor del planeta han tratado de entender -o justificar- su presencia.

El Popol Vuh, libro sagrado maya, narra que los hombres fueron creados por los dioses con masa de maíz… y no es mera coincidencia.

El maíz, al ser el principal sustento de los pueblos originarios asentados en la región de Mesoamérica -que incluye a mayas, mixtecos, mexicas, purépechas y otomíes, entre otros-, adquirió una dimensión sagrada que traspasó los límites de lo terrenal para mezclarse con lo divino: de esta manera, el mítico cereal impregnó el destino de estos pueblos, su arte, su manera de pensar, de comer y de relacionarse con la naturaleza.

“Siempre he estado interesado en la mitología y en los mitos fundacionales como elementos adhesivos o que cohesionan a las culturas. Hay pocas culturas como la nuestra en la que hay un mito detrás de todo alimento primigenio, en este caso el maíz”, explica el artista Balam Bartolomé (Ocosingo, Chiapas, 1975) cuya pieza Tlaolli, realizada a partir de una residencia en Casa Wabi, entrelaza la importancia del maíz y del símbolo nacional plasmado en nuestra moneda (el águila sobre un nopal devorando una serpiente), como elementos identitarios de la cultura mexicana.

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Fotografía: Balam Bartolomé
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Este alimento es esencial en el arte de la región de Mesoamérica, desde las primeras representaciones encontradas en la cerámica elaborada por diferentes pueblos de la región: la pieza de Bartolomé, realizada en el año 2015, da muestra de la continuidad del maíz en la plástica mexicana contemporánea.

“Mi trabajo tiene muchas aristas, pero una que he explorado muy recientemente es la relación entre arte e historia y cómo finalmente esto alcanza todos los estratos de la cultura. El arte es una consecuencia de la cultura, no al revés, porque la cultura se compone de todo este enorme prisma de manifestaciones de las cuales el arte forma parte”, señala Balam, para quien el arte es como la cocina, un ejercicio de empatía hacia el otro.

EL TAMAL, EJE ARTÍSTICO

El ejercicio que requiere la ejecución artística lo llevó a pensar en los elementos comunes entre la costa oaxaqueña (el lugar de la residencia) y su natal Ocosingo, a pesar de estar separados por montañas y kilómetros de distancia -uno junto al mar, asentado en una zona de afrodescendientes y otro en la puerta de la selva Lacandona. El fruto de esta reflexión apuntó a un elemento: los tamales.

“Parte de la residencia involucraba hacer un taller con miembros de alguna de las comunidades cercanas. Me tocó trabajar con un grupo de bachillerato de Río Grande, Oaxaca. Así decidí proponer algo que uniera el contexto pedagógico, escolar, pero al mismo tiempo fuera un ejercicio plástico e histórico”, cuenta.

Él dividió el ejercicio en 3 etapas: en la primera, a manera de clase de historia, explicó a los jóvenes estudiantes los orígenes del símbolo nacional, su significado, además de hacer una exploración por los paisajes de la región.

“Para mí era importante hacerles ver que todo mito está originado en lo que se conoce, se habla de lo que es cercano: el águila sobre un nopal devorando una serpiente sobre un lago narra lo que había cerca, que se podía ver y para mí era importante, como parte del ejercicio de reconocimiento de este taller, salir a los pueblos a buscar dónde se podían reconocer partes de este símbolo nacional”.

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Fotografía: Balam Bartolomé
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La segunda etapa del ejercicio consistió en la reflexión sobre el valor del maíz en la cultura mexicana.

“Les expliqué parte de mi investigación en Casa Wabi. De cómo (antiguamente) el tamal se consumía en rituales de nacimiento y de conclusión de la vida y que había todo un rito alrededor de eso; que se hacían en una olla de cuello largo que le llamaban comitl y que esa olla representaba el vientre materno y, la cocción al vapor, el tiempo de gestación, y los tamales representan esta idea del torso humano y su relleno los órganos. Es fascinante reconocer un ritual antropofágico pero no necesariamente caníbal, es prácticamente lo mismo que la eucaristía católica”, resalta el artista.

Reconoce que los chicos quedaron fascinados con esta perspectiva del tamal en la que no habían reparado. Fue entonces cuando sacó una bolsa de barro y hojas de totomoxtle. Les repartió dos monedas de 1 peso a los alumnos y les pidió que elaboraran dos tamales cada uno con las monedas adentro (el símbolo nacional).

“Hicieron los tamales, los doblaron, los amarraron y cerramos el ritual con una ingesta colectiva de tamales de mole con pollo elaborados por otro miembro de la comunidad. Fue un ejercicio muy hermoso”, reconoce Bartolomé.

En un último encuentro, el artista les devolvió a cada alumno uno de los tamales de barro ya horneados, él se quedó con la otra mitad. “Cada uno tiene personalidad diferente, unos son pequeños, otros grandes.

Otra cosa que me pareció muy interesante, en términos plásticos, es que la marca que generó el totomoxtle en el barro equivale casi a una huella digital”.

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Fotografía Balam Bartolomé
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REFLEXIÓN COLABORATIVA

El creativo chiapaneco añadió dos elementos a su pieza Tlaolli: uno es un video de una mujer amasando masa para tamales y el otro un póster a manera de portada de la revista Alarma, reconocida por ser una publicación sensacionalista de notas de crímenes.

“En el momento que esta mujer está amasando (en el video), lo primero que sale es esta cita del Popol Vuh que dice que los dioses hicieron a los hombres de masa de maíz. Para mí el puro gesto de estar amasando y contando cómo se hacen los tamales me pareció casi una especie de mantra, como de estar amasando una cultura, como una especie de génesis.

“En el póster se habla del famoso caso de la tamalera asesina que cocinó a su esposo y lo hizo tamales. También hago mención al dios Mictlantecuhtli. Me parece importante porque ese acto que hace esa se- ñora casi como catártico, de reconversión ante el abuso. Creo que tiene cierto carácter ritual al dárselo a la sociedad con la que convive afuera de su casa, que muchos quizá sabían del abuso, pero no dijeron nada”.

Igualmente considera a Tlaolli como una pulsión, un proyecto que todavía no concluye y que ayudó a fijar el interés sobre la idea del maíz, así como el barro y la moneda, elementos que se hacen presentes en su trabajo con regularidad.

“El haber hecho los tamales fue mi forma de fabricar una pista que me hiciera darle sentido o cohesión a todos estos materiales, que es con lo que yo trabajo como escultor, además de trabajar en términos de empatía y colaboración. Fue un evento colaborativo y en comunidad”, concluye.

Tlaolli fue posible gracias a la participación de Genaro, Raquel, Cristina, Yeni, Gabriela, Sol, Blanca, Antonio, Joaquín, Adelfo, Judith, Alejandro, Lucero, Abigail, Alejandra, Atzelbi, Azucena, Beatriz, Diana, Dulce Desayli, Emilly Michelle, Fabiola Yazmín, Itzayana, Jaqueline, Javier, Josué, Lizbeth, Maritza, Miguel Ángel, Teresa de Jesús, Viviana, Xóchitl y Yasmín. El taller se llevó a cabo en el CEB 5/7 Emiliano Zapata, de Río Grande, Oaxaca.


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