COCINA COMO SÍMBOLO DE LUCHA
Durante el confinamiento los registros de violencia contra la mujer en el hogar aumentaron en un 60 por ciento en México, de acuerdo con cifras de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) Mujeres. Además, otras habían perdido su empleo a causa de la pandemia lo que hizo su contexto más complejo.
Con este grupo pueden tener un respiro a su circunstancia: se juntan en la casa de unas compañeras los martes y los jueves desde temprano para preparar los pedidos, pero el trabajo empieza antes. Terminan en la noche, y aunque son muchas horas invertidas, conviven, comen juntas y están unidas, narra Chío.
“Hay un proceso de escucha, de acompañamiento. Si una de las compañeras una noche antes fue agredida verbal, física o psicológicamente, hay una escucha y entre todas nos entendemos y nos damos alternativas, podemos ir a levantar un acta o apoyar. Es un día de trabajo, sí, pero también es un día de compartir dolores y alegrías. En este espacio el acto de ‘acuerpar’ se nota, porque es lo que nosotras estamos haciendo, estamos ‘acuerpando’ una causa, una lucha, que ha tomado como símbolo la cocina”, añade.
La mayoría de ellas no son originarias de la Ciudad de México ni estudiaron. Chío, quien es psicóloga educativa y es de Puebla, les enseña a leer y escribir a las demás.
Las mujeres rurales son agentes clave para conseguir los cambios económicos, ambientales y sociales necesarios para el desarrollo sostenible, pero su acceso limitado al crédito, la asistencia sanitaria y la educación son algunos de los muchos retos a los que se enfrentan, señala ONU Mujeres. Precisamente, cada 15 de octubre se conmemora el Día Internacional de las Mujeres Rurales, a fin de crear conciencia sobre sus luchas y necesidades, así como el rol fundamental que ellas tienen en la sociedad.
Tortillas, tlacoyos de requesón, papa, frijol y haba; gorditas de chicharrón (con tlalitos de cerdo), de flor de calabaza y de quelites; sopes, tamales de frijol, de nopal y de alverjón. Además de pan, flan, hot cakes y tamales de elote son algunas de sus recetas. Y otra compañera también les ayuda y les da mole para que lo vendan.
“Todo lo que preparamos es de la mejor calidad posible. Lo hacemos con mucho gusto. No solo te llevas un tlacoyo, una tortilla o un tamal, sino también estás dando una esperanza”, dice.
Hay días en los que venden desde mil hasta mil 500 pesos de los cuales restan la inversión de lo que compran extra y lo dividen entre todas. Si hay poquitos pedidos se rolan las actividades a fin de que todas se lleven algo de ganancia. Chío confiesa que casi todas las compras de sus alimentos las hacen mujeres, y si bien antes vendían de manera itinerante por la zona de Hospitales, ahora las redes sociales les ayudan a promoverse y tener más compradores.
Han ajustado precios y la respuesta ha sido buena pues sus clientas saben toda “la chamba” que hay detrás.
“Para que un tlacoyo llegue a tus manos implicó no solo las horas de traslado de Milpa Alta, también que se cosechará el maíz, se pusiera el nixtamal, se fuera al molino... Ha sido muy bonito, las mujeres que nos siguen, que nos apoyan, son conscientes del trabajo y, por supuesto, lo valoran.
LA VALIOSA OPCIÓN DEL CAMPO
Además del enfoque de género, hablar de periferia es acercarte a la desigualdad.
“En estos espacios se cocinan realidades bien distintas a las centralizadas. Aquí hay mucha dificultad de acceso a muchas cosas, salud, educación... Quisiera decirle a la gente que quienes vivimos aquí no es que seamos pobres porque queramos. Llevo 20 años y desde que llegué me levanto a las cuatro de la mañana para ir a trabajar y a estudiar. Y al igual que yo, muchos hombres y mujeres se levantan a esa hora para ir a vender sus nopales o elotes, para ir a trabajar a otros espacios. Nos lleva de dos horas y media a tres el transportarnos. Somos gente muy luchona. Y sí, hay de todo, pero no es porque realmente quieran sino porque también se les cerraron los accesos desde pequeños”, opina.
Ella considera que el racismo y la discriminación se suman a esta inequidad, sobre todo para quienes se dedican al campo.
“Hay un imaginario en la banda que piensan que los frijoles son para la gente pobre, y nosotras lo que hacemos desde este espacio es reivindicar eso. No, el frijol y los quelites son alimentos saludables y podemos cocinarlos. Muchas personas nos han heredado estas prácticas y esta relación con la tierra, con la siembra, el cultivo y el conocimiento de la lluvia.
“Para nosotras es una forma de resistir, enseñándoles a las niñas y a los niños de aquí que si no encuentran un trabajo, que si no logran quedarse en una universidad no todo está perdido: el campo y la tierra son otra opción tan valiosa como tener un título universitario”, expresa.
En el Códice Borgia puede verse la imagen de un maíz nacer del pecho de la diosa Tlaltecuhtli, quien yace de espaldas sobre la representación de la Tierra. Esta deidad mexica sirve para hacer una analogía que permanece vigente: las mujeres de México y el mundo mantienen viva la naturaleza al cultivar y cosechar, así como la transforman en alimentos saludables para llevar a sus familias y nutrirlas en distintos sentidos.
Mujeres de la Tierra, Mujeres de la Periferia es una colectiva de seis mujeres que habitan en Santa Ana Tlacotenco, Milpa Alta –la más joven tiene 30, la mayor 55-. El proyecto nació en mayo de 2020, explica Rocío- de quien no daremos su apellido por que así lo pidió-: venden alimentos que ellas mismas preparan con maíces y otros ingredientes que cultivan como frijoles, nopales, quelites y más de esta delegación. Los entregan en diferentes puntos de la Ciudad de México, los miércoles y los viernes de cada semana.
Chío, como gusta le llamen, narra que esta iniciativa surgió con el objetivo de que cada integrante genere ingresos y con esto pueda tener independencia económica: cada una vive situaciones de violencia intrafamiliar en sus hogares –que se intensificaron con el encierro provocado por el coronavirus- y no podían dejar a sus agresores porque no tenían un espacio ni dinero propios para mantenerse a sí mismas ni a sus hijos. Entonces empezaron a cocinar juntas y tomaron el fogón como símbolo de lucha y resistencia; tomaron el cultivo como estandarte a fin de crear un espacio colectivo y seguro, de libertad y aprendizaje.
“Todas las que participamos aquí sabemos echar tortilla, sabemos poner el nixtamal. Conocemos de la siembra, conocemos de temporal y eso es lo que nos hermana. Nosotras platicábamos estas situaciones feas y tristes. No encontramos un espacio donde nos puedan contratar y pagar, así que creamos algo nuestro desde lo que sabemos hacer. Surge de abrazar a nuestros saberes y tomarlos como una manera de decir: ‘lo voy a hacer porque ya no quiero estar al lado de una persona que me lastima’”, comparte.
Chío considera que otro problema está en los precios que se le pagan al campesino. “Voy a hablar de la gente privilegiada que transgiversa el esfuerzo de las personas y quieren malbaratarlo. Ahí es donde se meten los intermediarios que lucran con el trabajo de las personas que siembran. Hay una relación de discriminación, incluso, hay un imaginario de lástima hacia el campesino o campesina y no, somos personas, que al igual que cualquier otra trabajamos con dignidad y con la frente en alto, que hacemos nuestro trabajo con todo el amor y el respeto a la tierra porque es la que nos da de comer.
“Milpa Alta es parte de la Ciudad de México, pero ésta no es la misma urbe para todos, eso hay que recordarlo.“La ciudad de la vanguardia decían por ahí. Pues no, esta ciudad no solamente es la Roma, la Condesa, la Cuauhtémoc...también es Milpa Alta e Iztapalapa, y aquí hay injusticia, limitantes, barreras, olvido y silencio, pero nosotras tenemos voz. Muchas mujeres en la periferia tenemos voz. Nosotras la tenemos y la tenemos fuerte”, expresa.
COLECTIVIDAD EN CRECIMIENTO
Mujeres de la Tierra, Mujeres de la Periferia siembra semillas de renovación: realizan reuniones para intercambiar saberes y desean que abogadas, escritoras, psicólogas y más quieran enseñarles y hacer trueque de oficios. Las hijas y los hijos de estas mujeres están viendo cómo sus madres han tomado otras alternativas más allá de la violencia: así se les abre el panorama de poder elegir sobre sobre su cuerpo y sus emociones.
Además de los pedidos, solicitan donaciones de lonas para tapar el techo de su taller, así como un pizarrón, un comal y un tanque de gas para poder conectarlos y dejar de respirar tanto humo. También aceptan ropa, zapatos, libros de poesía, autoayuda, novelas y más para que se fomente la lectura entre ellas, así como cuadernos, plumas y artículos de papelería.
“Nuestro sueño guajiro es que haya muchos pedidos para que cada vez se sumen más mujeres a esta colectiva. Para que ya no seamos seis sino 12 y luego 25. Y que además de esto, vayamos trabajando con estas redes de apoyo nuestros ejes de violencia, porque de nada nos va a servir que tengamos pedidos, que la compañera se lleve sus 400 pesos diarios, si no han trabajado su estima, si no han trabajado en cómo verbalizar sus emociones, en mejorar su seguridad y la apropiación de sus decisiones.
“Es muy importante que recuperen su ser como mujeres. Queremos que esto crezca mucho y que entre todas nos abracemos. Queremos que todas aquellas que nos compran y que nos apoyan como pueden hacerlo, se sientan parte de esto. Es una red y nosotras esperamos que sirva, no sé si de ejemplo, pero que sirva para que otras mujeres vean que cuando nos organizamos realmente podemos hacer grandes cosas”.
Otro sueño que tiene este grupo es comprar un terrenito y armar cuartitos, y que ahí se vayan las mujeres que no son de Milpa Alta y que no tienen un hogar.
“Armar una comuna de mujeres para apoyarnos, y que si en algún momento alguna de ellas ya no quiere estar ahí o quiere regresarse a su lugar originario, pues otra compañera que viva una situación de violencia ya tenga un espacio. Que realmente ese terreno sea de todas, que no haya una dueña”, finaliza.
Para hacerles pedidos, contáctalas a través de su Instagram @mujer_esdelatierra
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